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batistacortes
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Date Posted:07/13/2012 1:09 PMCopy HTML

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LA ORACIÓN

EN RELACIÓN CON LAS REUNIONES DE ORACIÓN

Al considerar el tema tan importante de la oración, dos cosas reclaman nuestra atención; primeramente, la base moral de la oración; en segundo lugar, sus condiciones morales.

1. La base moral de la oración

La Escritura nos presenta la base moral de la oración en palabras tales como éstas: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7).

“Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:21, 22). Cuando el apóstol deseó que los creyentes oraran por él, les presentó la condición moral de su ruego al decir: “Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo” (Hebreos 13:18).

De estos pasajes y de muchos otros de similar importancia, aprendemos que, para que la oración sea efectiva, es necesario un corazón obediente, una mente recta y una buena conciencia. Si no estamos en comunión con Dios, si no permanecemos en Cristo, si sus mandamientos no nos gobiernan, si no tenemos “un ojo sencillo”, ¿cómo podemos esperar respuestas a nuestras oraciones? Estaríamos haciendo lo que Santiago dice: “Pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (4:3). ¿Cómo puede Dios, siendo un Padre santo, concedernos tales peticiones? ¡Imposible!

Cuán necesario es, pues, prestar la más seria atención a la base moral sobre la cual presentamos nuestras oraciones. ¿Cómo podía el apóstol Pablo pedirles a los hermanos que oraran por él si él no hubiera tenido una buena conciencia, un ojo simple y un corazón recto, la persuasión interior de que en todas las cosas deseaba realmente vivir honestamente? Hubiese sido imposible.

Podemos caer en el hábito de pedirles a otros, a la ligera y regularmente, que oren por nosotros. A menudo repetimos la frase: «Tenme presente en tus oraciones», y, seguramente, no hay nada más precioso que saber que somos llevados en el corazón del amado pueblo de Dios cuando se acercan al trono de la gracia. Pero ¿le damos la debida importancia a la base moral? Cuando decimos: «Oren por nosotros, hermanos», ¿podemos agregar, como en la presencia del que escudriña los corazones: “Pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo?” (Hebreos 13:18) Y cuando nos inclinamos ante el trono de la gracia, ¿tenemos un corazón que no nos condena, un corazón recto y un ojo sencillo, un alma que permanece de veras en Cristo y que guarda sus mandamientos?

Estas preguntas sondean el corazón, y llegan a lo más profundo de él; descienden hasta las mismas raíces de las fuentes morales de nuestro ser. Pero es bueno que nuestros corazones sean profundamente escudriñados con respecto a todas las cosas, más particularmente en lo que respecta a la oración. Hay mucha falta de realidad en nuestras oraciones, una triste falta de base moral, mucho de “pedís mal”; de ahí que nuestras oraciones no tengan poder ni efectividad; de ahí la formalidad, la rutina, y hasta la positiva hipocresía. Por eso el salmista dijo: “Si en mi corazón hubiese yo mirado la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Salmo 66:18). ¡Qué solemne! Nuestro Dios quiere la realidad de las cosas, él ama “la verdad en lo íntimo”. Él —bendito sea su Nombre— es verdadero con nosotros; y quiere que nosotros seamos verdaderos con él. Quiere que vayamos a él como somos en realidad, con lo que verdaderamente buscamos.

Lamentablemente, ¡cuán a menudo nuestras oraciones privadas y públicas no son así! ¡Cuán a menudo nuestras oraciones son más discursos que peticiones; más exposiciones doctrinales que expresiones de necesidad! Es como si quisiéramos explicarle a Dios los principios y darle una gran cantidad de información.

Estas cosas son las que a menudo ejercen una influencia tan desencante sobre nuestras reuniones de oración y les roban frescura, interés y valor. Aquellos que saben realmente lo que es la oración, que experimentan el valor de ella, y que son conscientes de la necesidad de orar, van a la reunión de oración para orar, no para escuchar discursos, conferencias ni exposiciones de personas arrodilladas. Si tienen necesidad de aprender, pueden asistir a las reuniones o conferencias donde se estudia la Palabra de Dios; pero cuando van a la reunión de oración, es para orar. Para ellos la reunión de oración es el lugar para expresar las necesidades y esperar la bendición. Es el lugar en el que se expresa la debilidad y se espera el poder. Ésta es su idea del lugar “donde suele hacerse la oración” (cf. Hechos 16:13); y, por ese motivo, cuando estos cristianos se reúnen allí, no están dispuestos ni preparados para escuchar largas predicaciones en forma de oración, a duras penas soportables si fueran verdaderas predicaciones, pero de esta forma, intolerables.

Escribimos claramente porque sentimos la necesidad de una gran sinceridad de lenguaje; sentimos una profunda falta de realidad, sinceridad y verdad en nuestras oraciones individuales y en nuestras reuniones de oración. A veces sucede que lo que llamamos oración, no es en absoluto una oración, sino la profusa exposición de ciertas verdades conocidas y reconocidas, cuya constante repetición se vuelve sumamente pesada y tediosa. ¿Qué puede ser más penoso que escuchar a una persona de rodillas cómo explica principios y desarrolla doctrinas? Es imposible escapar a la pregunta: Este hombre ¿está hablándole a Dios o a nosotros? Si le está hablando a Dios, nada puede ser más irreverente o profano que tratar de explicarle las cosas a él. Si la persona nos está hablando a nosotros, entonces eso no es oración, y cuanto más pronto dejemos la actitud de «oración» tanto mejor, porque sería más provechoso que diera una conferencia de pie y nosotros estuviésemos sentados en nuestros asientos para escuchar.

Al hablar de la actitud, quisiéramos con todo amor llamar la atención de los santos sobre un asunto que, a nuestro juicio, demanda una seria consideración. Nos referimos al hábito de permanecer sentados durante los santos y solemnes ejercicios de la oración. Reconocemos plenamente que lo importante, en la oración, es tener la actitud correcta en el corazón. Sabemos, además, y no debemos olvidarlo, que muchos de los que van a las reuniones de oración son de edad avanzada, están enfermos, delicados, y que no se pueden arrodillar por ratos largos, si es que lo pueden hacer. En otros casos puede suceder que, aun cuando no haya debilidad física y exista un verdadero y sincero deseo de arrodillarse, en el sentimiento de que tal es la actitud que conviene delante de Dios, resulte imposible, por falta de espacio, cambiar de posición para arrodillarse.

Todas estas cosas deben ser tomadas en consideración. Pero, permitiendo el mayor margen posible a estos casos particulares, nos vemos sin embargo forzados a reconocer que hay a menudo una lamentable falta de reverencia en muchas de nuestras reuniones públicas de oración. A menudo vemos a jóvenes que no pueden invocar ni debilidad física ni falta de espacio, sentados durante toda la reunión de oración. Esto, debemos decirlo, es chocante e irreverente, y no podemos sino creer que ello contrista al Espíritu del Señor. Debiéramos arrodillarnos siempre que nos sea posible. Esta actitud expresa respeto y reverencia. El bendito Maestro, “puesto de rodillas oró” (Lucas 22:41). El apóstol Pablo hizo lo mismo:

“Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos” (Hechos 20:36).

Y ¿no es adecuado y conveniente que sea así? ¿Puede haber algo más inadmisible que ver en una asamblea algunas personas sentadas, ensanchándose y extendiéndose en el asiento con toda comodidad, distraídas, mientras que se ofrece la oración? Consideramos todas estas cosas muy irreverentes, y suplicamos aquí urgentemente a todos los hijos de Dios que den a este tema su solemne consideración, y que hagan todos los esfuerzos posibles, tanto mediante el ejemplo como mediante el consejo, para promover la piadosa y bíblica costumbre de inclinar nuestras rodillas en las reuniones de oración. Aquellos que toman parte en la reunión, volverían todo esto mucho más fácil mediante oraciones cortas y fervientes.

¡¡¡Jesús es el Señor!!!


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Jaime Batista Cortes
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