Tener a Dios como nuestro Padre celestial es un privilegio muy grande y además la bendición más excelente. Podemos tener acceso a El
cuando lo querramos y donde lo deseamos, sabiendo
que El nos recibirá con amor.
Con libertad podemos acudir a El diciéndole afectuosamente:
¡Abbá! ¡Padre! que quiere decir ¡Papi! - ¡Papi, te necesito!
-, pues ese es un privilegio que sólo le corresponde a los hijos.
En aquella época donde en las casas de la gente pudiente
habían esclavos, la tarea de estos era simplemente agradar a
su señor cumpliendo sus responsabilidades, y por más buenos que éllos fuesen,
nunca podrían acercarse a su señor, darle un beso o un abrazo
pues hasta podría ser considerado como algo irrespetuoso.
La diferencia era bien clara: Uno era un esclavo que
servía por obligación y debía mantenerse a distancia, el otro era el hijo
que vivía libremente en la casa y podía acercarse
a su padre sin limitación alguna.
Muchas veces, como hijos de Dios parecemos más esclavos que hijos
El enemigo de nuestras almas nos ha hecho creer y ver a Dios
como un ser insensible y sin amor que quiere que le sirvamos bajo temor.
¡Tú, si has recibido a Cristo en el corazón, no eres un esclavo
sino un hijo amado por Dios! ¡Puedes acercarte todas las veces
que quieras y decirle: - Papi, te necesito -; - Papi, dame esto…
- ó – Papi necesito lo otro…-
Si tú tienes al Señor como su Padre,
¡Vive entonces como un heredero legítimo!
Y porque ya somos sus hijos,
;Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones;
y el Espíritu clama:
"¡Abbá! ¡Padre!" Así pues, tú ya no eres esclavo,
;sino hijo de Dios; y por ser hijo suyo, es voluntad de Dios
que seas también su heredero
;
GALATAS 4:6-7
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