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Date Posted:02/12/2009 2:37 PMCopy HTML




 

   





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Viviendo en el poder del evangelio
 
 
 

 
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 Romanos 1:16
 

INTRODUCCIÓN:

En el libro de los Hechos vemos el avance del evangelio de una forma extraordinaria: Todo lugar en donde se anunciaba el evangelio era tocado por el poder de Dios. Toda persona que oía el evangelio era quebrantada por la presencia de Dios. Todos los enfermos a quienes se les anunciaba el evangelio eran sanados por el poder de Dios.

Eran tiempos en donde predicar y oír el evangelio convertían una ocasión ordinaria, en un evento extraordinario: la gente se convertía, los enfermos eran sanados, la opresión del diablo era abolida; la iglesia causaba un impacto tremendo en donde quiera que se paraba a anunciar el evangelio.

¿Cómo podía el anuncio del mensaje de un Jesús crucificado trasformar de manera tan notable la vida de aquellos que le atendían? No había duda, ¡Jesús había resucitado! Y el poder del Padre que resucitó a Jesucristo, era el poder que saturaba, que bendecía, que adornaba y daba vida al anuncio de la buenas nuevas de salvación en Jesucristo. Cristo vive y su evangelio está lleno de la vida que solo produce el poder de Dios. El oír el evangelio era un encuentro con el Cristo del evangelio.

Si nos preguntamos en esta mañana cómo hicieron los cristianos primitivos para anunciar el evangelio con tal vehemencia, pasión, entrega y eficacia encontraríamos las siguientes causas:

I. ERAN CREYENTES SATURADOS DEL ESPÍRITU SANTO.

Los primeros cristianos resplandecían con la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Hechos 2:4, nos dice: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”; esto también lo confirma en Hechos 4:31, “...y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”; podemos ahora mismo enumerar la larga lista de creyentes y experiencias en el libro de los Hechos, en donde todos los cristianos eran saturados por la llenura del Espíritu Santo. Jesús les había dicho: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...” (Hch. 1:8). Esta promesa no fue solo para los apóstoles, ni solamente para los pastores o líderes de ese tiempo. Esta promesa era y sigue siendo para toda iglesia que quiera predicar el evangelio, para toda iglesia que quiera ser testigo de Jesucristo, para toda iglesia que reconozca la necesidad de alcanzar al mundo entero para Cristo. La calidad y veracidad de nuestro cristianismo radica en vidas llenas del poder del Espíritu Santo.

¿Crees ser un cristiano de calidad? Tienes que dar testimonio de la llenura del Espíritu Santo en tu vida. La iglesia verdadera siempre va a predicar el evangelio, porque los creyentes verdaderos que la componen siempre están anhelando, buscando, ardiendo y llenándose de la presencia del Espíritu de Dios.

II. ERAN CREYENTES QUE ANTEPONÍAN, ANTE TODO, SU OBEDIENCIA A DIOS.

Bien podrían estar preocupados por toda la oposición que les sobrevendría y cómo la enfrentarían. Bien podrían poner como excusa que nadie querría oír el evangelio, porque eran duros de corazón. Bien podrían haber pensado, “si a Jesús no le hicieron caso, menos a nosotros...”, “si él no pudo, qué vamos a poder nosotros?”. Nunca leemos en ningún pasaje que los creyentes de la iglesia primitiva titubearan en cuanto al cumplimiento de la gran comisión. Hoy tenemos muchos creyentes que titubean, pero es por la falta de poder en sus vidas, por su mal testimonio, por su inconsistencia, porque no son obedientes a Dios.

Para los primeros cristianos, obedecer a Dios no era una opción... ¡era una prioridad! Obedecer a Dios no era cuestión de tiempo... ¡era ahora! Para ellos era tiempo de obedecer a Dios. No hay tiempo para decidir si obedecemos o no a Dios; la prioridad de todo creyente es desde un principio, obedecer a Dios.

Pedro y los apóstoles nos impresionan con su respuesta ante el Sanedrín: “Es necesario obedecer a Dios, antes que a los hombres” (Hch. 5:329). El creyente debe estar convencido de esta verdad si quiere vivir en el poder del evangelio, ya que nadie que no obedece a Dios, puede ser llenado con su Espíritu. Mismo Pedro nos enseña esto en Hechos 5:32: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”.

La obediencia a Dios nos lleva a aceptar a Cristo como Salvador, nos lleva a consagrarnos, nos lleva a ser llenos del Espíritu Santo y como consecuencia nos lleva a vivir en el poder del evangelio.

III. ERAN CREYENTES QUE ESTABAN DISPUESTOS A PAGAR EL PRECIO DE SER TESTIGOS DEL EVANGELIO.

Usted que ha leído la Biblia, sabe que hay un costo del discipulado. Vivir en el poder del evangelio, quiero decirte, no es barato. El precio es bastante alto y requiere una voluntad completamente rendida al Señor. Requiere de consagración total si no quieres fracasar.

El fracaso actual de muchas iglesias no son los resultados que viven, sino que dichos resultados son consecuencia de su fracaso. Son sus miembros, de estas iglesias, que han fracasado en rendir sus vidas a Dios, no obedecen a Dios, fracasan no permitiendo que el Espíritu de Dios los llene y los capacite para hacer la voluntad de Dios, fracasan al no estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos de Cristo.

Podemos afirmar que los primeros cristianos tuvieron éxito. Siempre valoramos el éxito en términos de resultados. Pero desde mi punto de vista, el éxito de la iglesia primitiva no son los resultados. Los resultados fueron consecuencia del éxito. ¿Cuál fue entonces el éxito? Rendir sus vidas a Dios, obedecer a Dios, permitir que el Espíritu Santo los llenara y los capacitara para hacer la voluntad de Dios y estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos.

La palabra “testigos” viene del griego “martures”, que significa: mártires. En cierto sentido podemos afirmar que ellos no estaban dispuestos a dar su vida por Jesús, ¡Ya habían entregado su vida a Jesús! Por eso Pablo enfatiza categóricamente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí...” (Gál. 2:20).

Si nos preguntáramos: “¿estoy dispuesto a dar mi vida por Cristo?” Primero tendríamos que responder a esto: “¿he entregado mi vida a Jesús?” Si no estamos seguros de nuestra respuesta a esta pregunta, no podríamos dar nuestra vida por Jesús ni vivir en el poder del evangelio.

CONCLUSIÓN:

“Vivir en el poder del evangelio”, suena muy bien. Si pregunto en esta hora, “¿cuántos de los que están aquí quieren vivir en el poder del evangelio?”; tal vez no tu boca, pero sí, en tu corazón ardería un estruendoso “Amén”. Y eso es lo que quiero en este momento, que nuestros “amén”, salgan de lo más profundo de nuestro corazón para con Dios. Dile amén a Dios y a su Palabra desde tu corazón, ya que él mismo te dice: “Dame hijo mío, tu corazón”. Quizás tu preguntas: “¿qué quiere decir con esto, pastor?”. Si yo te pregunto: ¿Quieres vivir en el poder del evangelio? Emocionalmente me dirás “amén”. Si yo te pregunto: ¿Crees que debes vivir en el poder del evangelio? Racionalmente me dirás que sí. Pero si yo te pregunto: ¿Estás dispuesto, desde hoy, a vivir en el poder del evangelio? Para responder esta pregunta, tus emociones no son suficientes; tu razonamiento puede confundirse... ¿cómo puedes responder está pregunta? ¡Con tu voluntad! No es cuestión de sentirlo solamente, no es cuestión de pensarlo... ¡es cuestión de decidir! Sino puedes responder desde tu corazón, simplemente no puedes hacerlo, o no sientes hacerlo, o no piensas hacerlo. Pero si respondes desde tu corazón que estás dispuesto, desde hoy, a vivir en el poder del evangelio... ¡creo que estás comenzando tu consagración! ¡creo que estás rindiendo tu voluntad para hacer la voluntad de Dios! ¡Creo que estás diciendo, “Toma, oh Dios mi voluntad, y hazla tuya nada más. Toma, sí, mi corazón, por tu trono lo tendrás”!
 

 

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